Crecer: Sin etiquetas

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Crecer: Sin etiquetas

IR-Is

Desde que tengo memoria, simplemente existir ha sido un desafío constante. Mi realidad es un concepto que otras personas entienden a partir de múltiples identidades interrelacionadas: mujer, afrodescendiente, inmigrante, y me he visto obligada a luchar constantemente por el derecho a reclamar mi humanidad y simplemente ser. Cada uno de estos nombres ha sido un yugo pesado que ha limitado mi capacidad de florecer y me ha obligado a intentar demostrar mi inocencia en un mundo que me condenó desde el principio.

Como persona intersexual, mi cuerpo y mi integridad han sido objeto de un examen despiadado. Fui sometida a cirugías “correctivas” que intentaron cambiar mi anatomía para ajustarse al estándar binario de género durante toda mi infancia, lo que dejó cicatrices físicas y emocionales que aún duelen profundamente en mi corazón. Crecer sabiendo que mi cuerpo es visto como un error, algo que necesita ser “arreglado”, fue lo que impulsó mi lucha por reclamar mi integridad y mi derecho a existir.

Además, mi existencia como mujer racializada en una sociedad que solo otorga privilegios a lo blanco y lo masculino ha significado cargar con el peso de múltiples estereotipos y conceptos erróneos que intentan despojarme de mi humanidad. He sido exotizada, hipersexualizada y reducida a meros constructos que niegan mi individualidad. Deambular por este mundo bajo la percepción de “la otra”, la intrusa, ha exigido una fortaleza inquebrantable para mantener mi dignidad intacta frente a las miradas acusatorias y los comentarios hirientes que siempre caían como una avalancha. Y, sin embargo, a pesar de los desafíos, tuve que enfrentar mi nueva realidad. Arrancada de mi tierra natal por la violencia y la persecución, y obligada a un viaje lleno de peligros e incertidumbres, siempre fui tratada como una carga, como una marginada que buscaba privilegios que no estaban destinados para ella. La imposibilidad de encontrar un trabajo decente y llevar una vida estable se convirtió en un recordatorio constante de mi vulnerabilidad y de la precariedad que definía todo mi ser, dejándome al margen de una sociedad que se negaba a acogerme.

“Eres negra, no te maquilles, no te arregles, no vistas bien, no hables, no nos muestres lo que has estudiado. Eres intersexual. No puedo ayudarte, no podemos hacer nada por ti, no tienes nada, lo tienes todo, vete, no, aquí no, afuera, no, allí tampoco, come del suelo, haz lo que digo, agacha la cabeza, agáchala, agáchala…”

Me siguen arrebatando mi autonomía y mi derecho a elegir sobre mi propio cuerpo. Mis necesidades y experiencias reales se relegan a favor de una agenda que solo intenta encajarme en categorías binarias.

Y si a eso se le añade ser una mujer negra, la carga se vuelve aún más pesada. Mi color de piel, mi ascendencia caribeña, mis rasgos físicos y mi cuerpo convergen en el foco de un estigma que me etiqueta como “indeseable”, que me ve como alguien que no pertenece, que “debería regresar a su país” o que debería contentarse con lo que le suceda. Ni siquiera estando en el “aquí y ahora” puedo escapar de los prejuicios y la discriminación que marcaron mi realidad desde el primer día.

Me encontré relegada a los márgenes, a los espacios más peligrosos y vulnerables. Mi ser intersexual y mi raza se convirtieron en baluartes inquebrantables entre yo y una vida decente, entre yo y mis sueños y aspiraciones. Se me ve como “la otra”, la intrusa que tiene que contentarse con las migajas que la sociedad desea arrojarle. Mi dolor físico y emocional, producto de una infancia llena de violencia médica y una adultez marcada por los intentos recurrentes de sobrevivir, se relegan a un segundo plano en favor de una supuesta “igualdad” que no hace más que perpetuar mi condición de ser desechable.

Y, sin embargo, me niego a aceptar este destino. Mi existencia en sí misma es un acto de resistencia, un desafío al sistema que insiste en negarme mi humanidad. Me aferro a mi dignidad y a mis esperanzas, convirtiéndome en una voz que se niega a ser silenciada. Crezco a partir de mi determinación y de mi convicción en el hecho de que merezco vivir en este mundo. Y a través de este crecimiento también encuentro la fuerza para seguir luchando, para seguir trazando un camino que, aunque sinuoso, sé que llevará a un horizonte lleno de igualdad e inclusión.

He aprendido a abrazar la complejidad de mí misma, a encontrar fuerza donde los demás ven debilidad. He descubierto que mi intersexualidad no es una condición, sino una forma legítima de estar viva, una expresión de la diversidad humana que merece ser apreciada. He reclamado mi derecho a ser mujer en mis propios términos, sin someterme a los estándares impuestos por una sociedad que siempre está juzgando y rechazando.

Y he endurecido mi resistencia contra toda forma de estereotipación u objetificación. Mi voz se alza como una declaración jurada de mi capacidad para florecer incluso en las condiciones más difíciles, un grito que se niega a ser acallado o borrado. Crecer en estas circunstancias me forjó como una luchadora implacable, una sobreviviente que se aferra a su propio valor y esperanza, incluso cuando este mundo parece empeñado en negar su derecho a existir.

Sé que mi lucha no es solo mía, sino que también pertenece a aquellos que, como yo, han sido desplazados a los márgenes. A pesar de que mi cuerpo ha sido objeto de tanto escrutinio y manipulación, y a pesar de que mi piel ha sido motivo de estigma y rechazo, mi espíritu permanece intacto. Con una valentía forjada en la adversidad, me paro frente al mundo entero y alzo mi voz para exigir el derecho que tengo sobre quien soy, sin vergüenza ni miedo. Porque la intersexualidad no es una identidad o un género, es una variación biológica natural que merece ser celebrada y respetada.

E incluso en medio de esta batalla, anhelo un futuro donde mi existencia no sea algo que provoque polémica o rechazo, sino algo que se acepte y valore. Sueño con el día en que pueda caminar libremente y sin miedo, sin tener que justificarme o esconder quién soy. Y de esta manera, con cada paso que doy, con cada historia que comparto, mi cuerpo intersexual florece como un acto de obstinada resistencia, desafiando los límites de lo que la sociedad considera “normal”. Crecer en un mundo que insiste en mantenernos pequeños es, en sí mismo, un acto subversivo, es tomar las riendas de nuestras propias narrativas y reformular el concepto de humanidad. Me niego a aceptar las etiquetas, los diagnósticos, los intentos de definirme. Soy mucho más que eso. Soy una constelación de posibilidades, una sinfonía de variaciones, un lienzo en constante evolución. Al crecer, amplío mi existencia y me convierto en un faro de esperanza para aquellos que, como yo, se atreven a desafiar las convenciones y exigen su derecho a vivir plenamente como son.


This piece has been translated into English – Growing: Without labels.

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